martes, 6 de noviembre de 2012

Bob Marley en la 94 FM

Esa tarde, al quedarse dormido, Joaquín no se imaginaba que le aguardaba un plan premeditado que respondía a una serie de raros sucesos mentales. Cuatro días antes, como de costumbre, fue a la empresa a trabajar. Joaquín odiaba su trabajo, odiaba las formas y los protocolos, odiaba ser el que daba las malas noticias en una aseguradora de mierda donde no importa un carajo la salud de las personas sino cuantos millones de dólares entran en sus cuentas mes a mes. Al salir, puntual, seis de la tarde, hizo lo que ceremonialmente hacía todos los días, ir a casa de Sofía, su novia. Sofía era extraña, de una belleza tan mágica como aterradora. Su sonrisa ocupaba la mitad del rostro y siempre portaba una natural tendencia a la tristeza y el enojo. Ese día marcó un antes y un después en su relación. Al disponerse a dejar el saco sobre el viejo perchero de la entrada al departamento, se percató que había una mancha roja en el piso, en forma de pequeñas gotas que luego se habrían expandido. Siguió el rastro, no era difícil, estaban por todo el corredor, entreveradas entre la suciedad y empozadas en las hileras que se forman entre madera y madera. Notó entonces que la puerta de su habitación tenía una mancha en forma de mano, que ensuciaba el color blanco. Joaquín se encontraba aterrado, su corazón latía con fuerza y oprimía su pecho, temiendo lo peor. Al entrar, vio una gran mancha de sangre en el piso, al pie de la cama, cabellos por todos lados y ropa sucia y rota, como si alguien se hubiera tomado la molestia de desgarrarlas. Junto al ropero, semisentada y llorosa, estaba ella, cabizbaja, con el cabello sobre su rostro, una sucia blusa transparente. Sollozaba y tenía las manos sobre las piernas, en posición de súplica, como si esperara que alguien deje caer una moneda en ellas. Tenía un gran corte en la muñeca, y uno más en la mano contraria, aunque de menor tamaño, que parecía no haber terminado de hacerlo. Sin saber muy bien que hacer y aún ensimismado por la escena, Joaquín la levantó del piso y la limpió con una sábana, salió raudo del departamento y tomó el primer taxi que encontró hacia el hospital más cercano, que quedaba  a quince minutos de ahí. Durante el camino no sabía bien que decirle, sólo atinaba a preguntar constantemente "¿que sucedió?" y a decirle "tranquila que todo estará bien". 

Sofía salió del hospital exactamente cuatro días después, el tiempo pensado para lo que iba a suceder. La llevó y acompañó, como correspondía, y no hablaron nada en el camino, frente al taxista todo era incómodo, darle un beso e incluso mirarla. En casa hablaron, se rieron, bromearon acerca del nuevo color rojizo de la alfombra y la cortina y evitaron hablar del por qué Sofía intentó suicidarse. Joaquín preparó el desayuno: Tostadas con mermelada, plátanos y jugo de sobre. La mimó y sólo atinó a seguir el curso natural de las cosas. Sofía estaba preocupada porque su novio no había ido al trabajo en todo el tiempo que estuvo con ella en el hospital, pero él le decía que no debía preocuparse por eso, pues ella era más importante aún. Sofía, se puso a limpiar la casa, los doctores le habían dicho que debía reposar pero a ella poco le importaba, incluso el enojo de Joaquín. Hacía las cosas murmurando en silencio, musitando frases indescifrables y palabras raras, silbando a ratos y sollozando en otros, siempre abstraída y con la mente puesta en otra cosa menos en limpiar. Se esmeraba mucho en sacar esas fastidiosas manchas de sangre, algo incoherente en ese momento, como si quisiera borrar esa penosa parte del pasado. Hizo el almuerzo, Joaquín enfureció por no haberle permitido ayudarla, comieron y él bebió un poco de vino. Trató de mantenerse en pié el resto de horas, pero era inevitable, estaba muy cansado y se echó a dormir. Al día siguiente debían ir al psiquiatra, ambos, pues así ordenó el médico. A mitad de la tarde Sofía comenzó a llorar sin motivo alguno. Joaquín no la escuchó pues dormía profundamente, gracias a la botella de vino que casi terminó. En la cabeza de la mujer pasaban muchas cosas, raras, inimaginables para un ser normal, que fueron las que la llevaron a la determinación de intentar acabar con su vida. Pero en realidad no había sido así. Su intento de hacerse daño sólo fue una manera de reprimir un sentimiento aún peor, unas ganas incontenibles de hacer algo prohibido y que sólo así calmarían su ansiedad. La muñeca comenzó a picarle, no le hizo caso, su mente le estaba enviando señales para que intente nuevamente reprimir sus ganas incontenibles de matar. Encendió la radio, cogió el cuchillo que guardó para la ocasión y se acercó a Joaquín evitando hacer bulla y lo miró dormir. Tenía el rostro cansado y con grandes ojeras, producto de los desvelos en el hospital. Retiró la sábana de su cuerpo y le clavó el filudo cuchillo en el pecho, sin reparos y con una admirable precisión. Joaquín la miró por ultima vez. Sus ojos desorbitados y la expresión de sorpresa fueron sus últimas palabras. Sacó el celular, le tomó una foto y salió de la habitación esbozando una malvada sonrisa. Se sirvió una copa de vino, encendió un cigarro mientras admiraba su pasaje de avión y tarareó la melodía de la radio, que era música de Bob Marley, en la 94 fm.