Joaquín se encontraba sentado en una cabina de internet,
atento al facebook y el celular. Afuera llovía, con truenos y todo. El agua
discurría por las aceras, las luces en el cielo eran cada vez más fuertes e
imponentes. El tiempo se le había acabado. Salió del lugar y caminó cuesta
abajo, en dirección a la playa, mojándose y empapándose de melancolía. La poca
gente que pasaba a su alrededor era apreciada como objetos borrosos,
inconstantes. El malecón lucía desierto, el sonido de los techos de paja y el susurrar
de las palmeras cambiaban totalmente el ambiente. El mar, negro, se presentaba
álgido, poderoso, con el fuerte sonido de las olas, avasallante, intimidante.
Joaquín se sentó en una banca bajo la albúfera, sin protección alguna. Lloraba
tanto que sus lágrimas se mezclaban con la lluvia, lo que acrecentaba su pena.
El celular no sonaba, pero Joaquín ya no se peocupaba por eso, no le quedaba
más que la tristeza, las lágrimas, la sensación de saber que ella no volvería y
la canción que le compuso, una fría tarde de enero, retumbando en su cabeza.
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