sábado, 21 de septiembre de 2013

Bajo el cielo de la nevera

"Un perfume, el café y las condolencias sentados en un parque llorando en la madrugada. Un abrazo interminable y una mirada sincera que no dejan de cantar"
Lágrimas de madrugada - Convicto de Paz

Alejandra y yo nos vimos por primera vez en Bogotá, la fría y lluviosa. Los días transcurrieron hermosos, no parecían pertenecer a mi mundo habitual. Llegué atontado y con problemas de migración, sin embargo el sentimiento de encontrar a la mujer que quiero fue más que fuerte. Caminé muy nervioso por el aeropuerto, buscando la salida para los que llegamos de otro país y esperando a la vez no encontrarla, seguramente por los nervios. Entre la gente que se agolpa con sus cartelitos mediocres una pequeña mano se elevó entre la gente. Era Alejandra, minúscula, hermosa, con una inmensa sonrisa y los ojos más grandes y hermosos que nunca había visto. Cuando la vi no supe bien si besarla, darle la mano, abrazarla o simplemente echarme a correr. Le di el peluche que le había llevado, que llegó hasta Colombia igual de maltratado que yo. Ella se reía discretamente, cómplice, pero tambien estaba nerviosa. Llevaba en los ojos rimel verde y traía puesta una chaqueta del mismo color, que compró en un almacén chino y me encanta. Estaba con su mamá. En ese momento supuse que la llevó a nuestro primer encuentro por seguridad, ante la posibilidad de que fuera un asesino en serie o un violador empedernido. La señora fue un encanto y lo que es mejor me llevo muy bien con ella. Alejandra me llevó en un taxi al hotel, hotel que ella buenamente reservó y pagó por unos días. No podía estar más feliz.

El almuerzo de esa tarde fue el más peculiar de mi vida porque sentí que nos conocíamos de toda la vida. Comimos una "picada" horrible, hablamos de todo lo que nunca habíamos hablado y también de lo que ya sabíamos, nos dimos muchos besos, unos tiernos, otros encendidos, y bailamos un bolero mientras el sol se ponía entre los techos de las viejas casas de La Candelaria.

Le pedí que se quede conmigo esa noche, y ella aceptó. Esa primera noche juntos le canté la canción que le compuse unos meses atrás. Jacob, el agradable estadounidense de Seattle y amante del Perú me prestó una guitarra que no se como pero la consiguió. Alejandra no lloró de emoción porque ella sólo llora cuando recuerda a su amada gata Persia, que murió en sus manos. Pero le encantó la canción, le dejé la letra junto con los otros poemas que le había escrito desde que la conocí y desde que me di cuenta que me empecé a enamorar de ella.

El hecho en común de los días siguientes fue la sensación de estar con alguien y sentir que lo conoces de toda la vida, y esto teniendo en cuenta que aún eramos desconocidos para ambos. Fuimos a muchos lugares, comimos mucho y rico y sin querer hasta tuvimos una cena romántica, noche que nunca olvidaremos ya que fue la unica que no registramos en foto. Gracias a nuestras preciadas y aventureras incursiones por los callejones, plazas y escondrijos de La Candelaria ahora tenemos un lugar preferido, la "osteria italiana", y otros más que les aburriría de sólo contarles. Hubieron días raros, días en los que no entendía su comportamiento, y era entonces que me daba cuenta que no la conocía. Hubo cosas que no me contó en ese momento, de gran importancia, pero que de no haber sido así las cosas no tuvieran el rumbo de ahora ni nuestra relación sería la misma. Hubo un día que me pasé de más con el vino e hice un pequeño y estúpido show en la calle, dije algunas cosas tontas y ella manifestó su sentir. Terminamos en el parque al costado de su casa, Alejandra lloraba de rabia y yo, el tonto, lloraba de verguenza y del miedo a perderla. Producto de esa extraña noche nació una canción.

Sólo estuve ocho días esa primera vez. Ocho días maravillosos junto a ella, interminables. Pero debía volver. Volver a mi vida y a su odiosa rutina. Volver a la universidad y a terminar una carrera que no hace más que consumir mi vida de a pocos. Volver al computador y ver a Alejandra por skype y conversar por facebook. Volver a la lejanía y a la impotencia de necesitar el abrazo, el beso, la caricia de madrugada y no tenerlas para mí. Esa mañana, antes de volver, compramos algunos recuerdos para mi familia. No hablamos mucho, la inminente despedida creaba un gran eco en nuestros momentos juntos. El adiós fue triste, pude haber llenado de lágrimas el aeropuerto. No dejaba de besarla y decirle cuanto la necesitaba. No quería dejarla sola, no quería separarme de Alejandra, la persona que se ha convertido en la más importante de mi vida. Pero tuvo que ser así. Tuve que subir al avión, tuve que darle un beso y empapar sus labios con mis lágrimas, tuve que decirle "hasta pronto", tuve que decirle que la amaba y tuve que jurarle que nos volveríamos a ver lo más pronto posible, y que haríamos lo posible por que eso suceda.

Gracias a Dios, y a los Hombres G, asi fue. Nos volvimos a ver.

Hombres G - Esta tarde

6 comentarios:

  1. Qué bonito.

    No muchos amores funcionan a la distancia, pero en tu caso se ve que es diferente, pues no te ciegas ante los obstáculos propios de tal situación.

    Te deseo lo mejor y que escribas más seguido.

    Saludos!

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    1. Es una lucha constante contra el tiempo y el espacio. Pero ahi estamos. Tratando de no caer.
      Saludos amigo, siempre es un placer leerte, desde hace mucho.

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  2. Es fascinante, recrearse los lugares, momentos, hechos y cosas que mágicamente viviste con un café en la nevera, saludos

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    1. Cafe, torta de chocolate e historias en algun cafe de La Candelaria.
      Primo, tenemos que ir a Bogotá.
      Exitos.

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