martes, 24 de septiembre de 2013

Hombres G, Ibagué y la lechona que nunca comí

No eres difícil. Sólo eres tu misma. 
Por fin lo comprendí.

La primera vez que la vi fue en el aeropuerto de Bogotá. Llevaba un saco verde, pantalón jean y zapatillas bajitas. Tenía los labios partidos, las pestañas cubiertas con rimel verde y unos ojos inmensos que me miraban y centelleaban. Era la mujer más hermosa que había visto jamás. Me enamoré desde el primer instante en que la vi, ahí en el lobby, confundida entre la gente y mi exasperante nerviosismo.

Conocí a tu mamá, a quien ahora llamo cariñosamente "Mamá Nancy", una de las mujeres más fabulosas que he conocido en mi vida. Nos presentamos, le di el peluche que compré en Perú y que llegó igual de cansado que yo. Días antes le había dicho que le daría un beso al verla, pero no tuve el valor suficiente. Subimos a un taxi, nos fuimos al hotel que buenamente me había reservado y hasta pagado por algunos días. Ese pequeño trayecto fue hermoso e interminable. Hablamos de mi viaje, de lo estresante que es ir en avión y lo ansioso que estaba por el encuentro. Muchos sentimientos -y hasta pensamientos- raros pasaban por nuestras cabezas en ese momento. De pronto y sin saber como, nuestras miradas se encontraron y sin pensarlo mucho, Alejandra me besó. Fue un beso rápido. Rápido y confuso. Al terminar, me miró con los ojos más inmensos y hermosos y profundos que jamás había visto. Estaba feliz, y yo sin palabras. Con mucha "pena" -como dicen allá- le devolví el beso y ella me miró sonriente, cómplice. Los ocho días que estuvimos juntos, ahora que lo pienso bien, pasaron demasiado rápido.

Nos volvimos a ver en sólo un mes y medio. Alejandra me fue a recoger al aeropuerto, era de noche, y le prometí que al verla la abrazaría muy fuerte y le daría muchos besos. Así fue. Ella estaba hermosa y temblaba de nervios, como si fuera la primera vez que nos viéramos. Aquella vez viajé con Fátima, mi guitarra eléctrica, la que iba a regalar a mi hermosa sobrina. Durante el viaje en el taxi, Alejandra estaba muy nerviosa, tenía las manos frías, y nuevamente las luces de la metrópoli pasaban ante mis ojos como luciérnagas en la carretera. Nada me importaba sino besarla y poder sentir su calor. Aquella vez sólo estuve cinco días.

La misma noche de mi llegada partimos a Ibagué, a cinco horas en carro desde Bogotá. Alejandra me invitó al concierto de los Hombres G, banda que ella adora y con la que yo tuve el gusto de compartir escenario en mi natal Trujillo. Habíamos planeado ese viaje de forma rápida, y era nuestro primer viaje juntos. Yo nunca antes había viajado con una mujer, siempre fui reacio a ese tipo de salidas. Siempre he viajado solo, por muchos lugares, por turismo y por la música, y mi libertad al viajar no se metía con nadie, ni quería que nadie se meta con ella. Pero viajar con Alejandra es simplemente fantástico. Me hace reír con sus ocurrencias, nos contamos historias de la vida, me cuida más que nadie y hace que estemos muy pendientes el uno del otro. Antes de salir me invitó la cena y cuando fuimos a su casa a recoger las mochilas ella tenía preparado todo un arsenal de arepas, fruta, cositas para el camino y el infaltable jugo Hit de naranja piña.

Ibagué no es bonito. Es feo, caótico, desordenado y ataviado de gente y cosas y negocios que me marean. Prefiero la tranquilidad, al igual que Alejandra. Pero saliendo de la ciudad nada más, la cosa es muy distinta. No por esto dejamos de pasar bonitos días, con sus cosas, una que otra discusión que no hacía más que reflejar lo tonto que soy y que cada vez nos conocíamos un poco más. Fuimos a un karaoke donde más que cantar nos reimos mucho. Bebimos muchas cervezas y hasta nos animamos a bailar algo de salsa, música que no puedo bailar con más de un paso conocido y que al final no hace más que dejarme en ridículo. Pasamos noches maravillosas e hicimos muchas cosas en la ciudad, compramos recuerdos para mamá Nancy y esperabamos ansiosos la tocada de los Hombres G. 

El día del concierto llegó. El ambiente fue claramente decepcionante, con gente bailando cumbia, salsa, embriagándose. Definitivamente no parecía un concierto de rock. No soy fanático de Hombres G -como si lo es Alejandra- pero me mezclé entre los fans y todos nos sentimos un poco defraudados. Cuando comenzaron a tocar la cosa cambió un poco. Y para mi fue un momento realmente hermoso, porque veía feliz a Alejandra, verla cumplir uno de sus sueños y que pueda estar a su lado en ese momento era muy gratificante. Sentí que la quería mucho más. Cuando ella cantaba con tanto "feeling" y sus ojos le brillaban, me hacía sentir muy bien. Cuando tocaban alguna balada abrazaba cariñosamente a Alejandra y ella me tomaba de las manos, o cuando saltábamos de euforia cantando y gritando a todo pulmón o hasta cuando me reía de la canción que ella -fanática, admiradora, hincha- no se sabía. Estaba muy feliz. Esa es la palabra. Luego del concierto le pude tomar a Alejandra una foto con David Summers, en un momento un poco tenso y raro, mientras era llevado por su seguridad y casi violado por sus fanáticas, pero que deja constancia de la cercanía de Aleja con su rockero favorito. Igual tenemos la convicción -y la promesa mutua- de que los volveremos a ver, ¡y en Madrid!, nada menos.

Como la primera vez, tuve que regresar a Perú. El día en que debí volver me desperté tarde y perdí el vuelo. Me quedaría un día más con Alejandra. En mi casa pensaron que abandoné la universidad, que me iría a convertir en hippie o músico ambulante andando por las calles de Miraflores. Pero no fue así. Compré boleto para el día siguiente y volví a casa de Alejandra. Al llegar la encontré durmiendo, la desperté con un beso y se alegró de verme. Pienso que, secretamente, Alejandra hizo que me quede dormido a propósito para que pueda quedarme un día más con ella. Se puso feliz de que no me vaya. Me acosté a su lado, le di un beso en el cuello y antes de quedarme dormido, le susurré que la amaba.

Felices siete meses.

La canción que NO te sabías (jajaja)

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