DESOLACIÓN

Hace dos años, en navidad, ella dijo que olvidó comprarme regalos. Sin embargo, yo la esperé cargado de cajas y bolsas, todas felizmente adornadas y con distintos versos en las tarjetas. Versos que se los había recitado en interminables noches mirando el cielo en la terraza de un viejo hotel huanchaquero.

El sexo había dejado de ser igual. Se volvió algo rutinario y, como era de esperarse, no pudo escapar de las garras de la decepción. Era como decía Fito en esa entrañable canción: "Estar contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado".
Cuando caminábamos ya no me tomaba de las manos. Seguramente le empezó a molestar mi aspecto de niño, mi largo cabello y mi manía por hablar de libros, de música.

- Aj, que fea voz la de ese viejo, parece un borracho-
- ¿Oye, que te pasa? Sabina no es borracho... Bueno, si lo es, pero es un poeta, mucho mejor que tu reguetón asqueroso"- le decía con cierto orgullo.
- ¿Asqueroso? Bien que lo hemos bailado juntos y ni te quejabas-

Solíamos discutir por nimiedades y ambos desconfiábamos el uno del otro. Aunque yo tuve motivos, ella solo lo hacía por cansarme.

Un día de aquellos, plagados de una irritable indiferencia, me enfadé. Era la primera vez que sentía algo así en cuatro años. Le dije, con ganas de llorar, que debíamos terminar y que así nos iría mejor. Me dijo algo que yo encontré razonable.

- ¿Terminar? ¡Para qué, si nos va tan bien! -

Tamaña mentira me comí.

Entre mis viejos planes siempre estuvo la futura boda. En sus planes, en cambio, sólo estaba la excusa perfecta para dejarme con los crespos hechos ante cualquier invitación. Encima, íbamos a cumplir un año más de tolerancia, resistencia mutua o como quieran llamarlo, y yo le iba a regalar una noche en la suite del hotel más lujoso de Trujillo.

Pero llegó algo inesperado, la estocada final. Una daga que clavó en mi pecho y olvidó sacar. Sabía que estaba buscando una excusa para terminar, y por ello me cuidaba de hacer todo bien, o al menos lo intentaba. Sin embargo, la noche anterior al destierro, me descubrió comprando unas sustancias prohibidas a un tipo de muy mal aspecto y al que nada le parecía prohibido. Como era de esperarse me hizo un papelón en plena calle, diciéndome la vida entera y lo que es peor, obligándome a devolver las ricas sustancias prohibidas. Durante toda la escena no dejó de llorar, asustada, desconsolada. Evitamos hablar de otras cosas, y ella, todavía llorando, se alejó por una calle oscura, calle por donde ahora va mi corazón a pie.

La llamé al día siguiente.

- Olvídate que existo, terminamos - fue lo primero que me dijo.
- ¿Por qué?- pregunté.
- No quiero estar con un drogadicto -
- ¡Entonces ayúdame a salir de esto! - empecé a gritar.
- No, no, jódete solo -
- ¡Me jodo pues! ¡Sabía que no te importaba -
- ¡Hasta nunca! -
- Chau pe -

La navidad pasada, ella no llegó. Y Yo, aunque aturdido por las circunstancias, la esperé cargado de regalos, todos felizmente adornados y con una lágrima en cada tarjeta. Tarjeta que albergaba nuestros acostumbrados versos nocturnos.

P.D: Sólo deseo compartir con ustedes esta bella canción. Sabina, deléitanos.

Joaquín Sabina - Contigo